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Opinión

Una bala al corazón del kirchnerismo

Cristina Fernández, más allá de análisis sesudos y matices, hizo la mejor interpretación política de las elecciones legislativas de este domingo. Con su ausencia en el acto del Frente de Todos, consagró la derrota general del Gobierno. Opacó además el notable repunte peronista en Buenos Aires.

Aquella lectura de la vicepresidenta posee sus fundamentos. Ha perdido el control del Senado. Dejará de ser una escribanía. Requerirá alianzas para el quórum. Algo que no le sucedía al peronismo desde hace 38 años. Tal vez la recuperación en el Conurbano, sobre todo, no la conmovió tanto por una razón. Habría sido obra de los intendentes del PJ que, a contramano de algunas creencias, mostraron que todavía son capaces de hacer funcionar la vieja maquinaria. Déficit que les fue endilgado en las PASO.

El protagonismo de esos intendentes, que fueron convocados como socorristas después del 12 de septiembre, podría ir en desmedro político del papel que Cristina imaginó a futuro para La Cámpora. En especial para su hijo, el diputado Máximo Kirchner. También para el gobernador Axel Kicillof. Las piezas del armado del proyecto de permanencia en el poder pensando en 2023.

El malestar de Cristina por la pérdida de la herramienta política e institucional más potente para ella (el Senado) quedó de manifiesto en la forma en que divulgó su excusa. Adujo, mediante un tuit, que los médicos le habían aconsejado reposo. Una curiosidad, en especial luego de su presencia en el cierre de campaña en Merlo. Lo divulgó en las redes pasadas las 19, cuando los cómputos extraoficiales aseguraban una derrota en Chubut, La Pampa, Santa Fe, Córdoba, Mendoza y Corrientes. En esos distritos se le fugaron seis senadores que la dejaron sin el quórum. Retuvo con dificultades Tucumán, la tierra del Jefe de Gabinete, Juan Manzur, y sin sobresaltos Catamarca.

La pérdida del quórum en el Senado excede la caracterización de una pérdida política. La vicepresidenta podría verse privada de una institución también dedicada a atender sus necesidades personales. Hablamos de las modificaciones en el Poder Judicial. La pretendida sanción de la Ley del Ministerio Público que está trabada en Diputados. La nominación de jueces que encajen en distintas instancias con la perentoriedad de que sus causas de corrupción puedan ser anuladas o ingresar en vía muerta. Este año consiguió, evitando los juicios, los sobreseimientos por el Memorándum de Entendimiento con Irán y la venta de dólar a futuro.

El debilitamiento objetivo de Cristina, a partir de ahora, podría ser, lo mejor, una novedad auspiciosa para Alberto Fernández. Antes de la votación supo rodearse de la Confederación General del Trabajo (CGT), ahora unificada con el “clan Moyano” y los movimientos sociales. Insinuó un acercamiento con un grupo de empresarios. Delegó en Manzur la posibilidad de restaurar la antigua Liga de los Gobernadores peronistas. Aliados necesarios para tratar de equilibrar la relación de fuerzas en el Frente de Todos. En particular, con la vicepresidenta y el kirchnerismo inclaudicable.

La estrategia, sin embargo, presenta varias dificultades. La primera: la devaluación, interna y externa, del propio mandatario. La segunda: la ausencia de figuras peronistas de talla en el interior. El oficialismo, respecto de las PASO, recuperó solo dos provincias: Chaco y Tierra del Fuego. En total conservó 9 sobre 24. Sergio Uñac, de San Juan, y Manzur atravesaron sofocones para alcanzar la victoria. Omar Perotti sufrió una dura derrota en Santa Fe. Gustavo Bordet fue barrido en Entre Ríos por la topadora que representó la candidatura del ex ministro del Interior macrista, Rogelio Frigerio. Quedaría como referencia Juan Schiaretti, en Córdoba. Alberto se encargó de destratarlo la última semana de campaña.

Esa imposibilidad del Presidente de capitalizar el traspié de Cristina vuelve a llenar de incertidumbre la gobernabilidad de los dos años que restan para el recambio. Quedó claro que Alberto tomó precauciones políticas para no ser sorprendido por Cristina el día después. Nadie garantiza que sean suficientes. En el discurso que pronunció desde Olivos pudieron descubrirse los fantasmas que sobrevuelan su equipo. Ponderó a presunta recuperación de la economía. Soñó con el repunte espectacular que, a juicio suyo, le aguarda para el 2022 a la Argentina. Intentó blindar con elogios a Martín Guzmán, el ministro de Economía. La presa más deseada por Cristina y Máximo.

El Presidente confirmó, por otra parte, un anticipo de Sergio Massa, el titular de la Cámara de Diputados. Anunció el envío al Congreso de un proyecto de ley, una suerte de programa económico, que aspiraría a concertar con Juntos por el Cambio. Incluiría la renegociación de la deuda. El gran acuerdo que propondría. No hay que reparar solo en el nuevo mapa del Senado. La composición de Diputados dará un gran protagonismo a las bancadas que no pertenecen al FdT ni a Juntos por el Cambio. En su mayoría, no denotarían el sesgo convergente que propuso Alberto.

La metodología que utilizó para lanzar la propuesta resultó, cuanto menos, extraña. Desarrolló casi un discurso de campaña endilgando todas las responsabilidades de la crisis presente a la administración de Mauricio Macri. Pareció la convocatoria a un futuro socio solo para maltratarlo. Mencionó la pandemia una vez. Nada dijo de los errores de su administración sanitaria. Dio por concluido el flagelo para 2022. Nadie le estaría informando acerca de lo que está sucediendo ahora con el Covid en muchos países importantes de Europa.

A la oposición, en especial a Juntos por el Cambio, el llamado a un acuerdo planteará el primer dilema del día después. ¿La iniciativa presidencial contará con el aval de Cristina? ¿O algún día podrán desayunarse de lo contrario con un tuit o una epístola? Que el tema no está aún resuelto fue reflejado en forma distinta por tres funcionarios. La titular del PAMI, Luana Volnovich, evitó cualquier definición ante la pregunta de una periodista. El ministro de Desarrollo Social, Juan Zabaleta, mano derecha de Alberto, soslayó hablar del acuerdo y exaltó la unidad del Frente de Todos. Alexis Guerrera, el ministro de Transporte, fue el único que sintonizó con la propuesta presidencial. Se trata de un delegado de Massa.

Podría convenirse, con los resultados finales casi puestos, que la ofensiva distributiva del Gobierno, eternizado como el “plan platita” por el ex ministro de Salud y ahora diputado, Daniel Gollán, pareció rendir provecho únicamente en Buenos Aires. No fue poco para las módicas expectativas oficiales. Allí trepó más de cinco puntos respecto de las PASO, con la postulación de Victoria Tolosa Paz. Juntos por el Cambio agregó apenas dos. Con una participación general que se incrementó cinco puntos (65% en septiembre; 71% ayer).

La eficacia de aquella estrategia en Buenos Aires pudo haber radicado en la dedicación que colocaron los intendentes. No existió el mismo rédito en el interior. El oficialismo cedió provincias impensadas, como San Luis y La Pampa. Salvo en la isla fueguina, acumuló derrotas en la Patagonia. Allí la desprotección del Gobierno nacional frente al conflicto de los grupos violentos que usurpan tierras pudo haber resultado determinante.

En ese lote debe incluirse a Santa Cruz. La cuna de la familia Kirchner agravó los desvelos de Cristina. El kirchnerismo terminó tercero. Detrás de Juntos por el Cambio. También a la cola de la lista que encabezó el dirigente petrolero, Claudio Vidal. Auspiciado por el ex gobernador y jefe de la SIDE, Sergio Acevedo. Una bala de yapa para la vicepresidenta y su tropa.

Eduardo van der Kooy

. Alberto y Cristina Argentina Cristina Kirchner Elecciones de medio término kirchnerismo Máximo Kirchner

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