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Opinión

“Los 5 grandes del mal humor” que aterran al peronismo

El peronismo está atravesando un fenómeno único en su historia. Y ni siquiera la decadencia del Partido Comunista Soviético registró un deterioro semejante. No se trata de las múltiples batallas internas que lo debilitan ni de la insuperable ineficacia que día a día demuestra el gobierno de Alberto Fernández y de Cristina Kirchner. El gran problema del Frente de Todos (y del país, claro) es que la imagen de sus cinco principales dirigentes se ha derrumbado hasta un subsuelo jamás imaginado ni por el más optimista de sus opositores.

La última revelación estadística del fenómeno apareció en una encuesta nacional de la Universidad de San Andrés, anticipada por Eduardo Paladini en Clarín, aunque la mayoría de los encuestadores confirman datos muy parecidos. El Presidente (72%), la Vicepresidenta (75%), el jefe de la Cámara de Diputados, Sergio Massa (75%), el gobernador bonaerense, Axel Kicillof (70%) y el jefe del bloque peronista de Diputados, Máximo Kirchner (76%), compiten en imagen negativa y conforman lo que en el peronismo ya han bautizado como “Los cinco grandes del mal humor (social)”.

Se trata de una remake en código baby boomer, que los millennials no podrán descifrar sin recurrir a las bibliotecas digitales. “Los cinco grandes del buen humor” dieron vida a un quinteto de humoristas argentinos muy populares en la década del ’40, que filmaron una docena de películas exitosas. Toda una ironía para los cinco dirigentes peronistas que concentran la mayor cuota de poder y del descrédito en Argentina.

La gran incógnita para estos dirigentes es cómo harán para recrear la gobernabilidad cuando se conozca el resultado electoral del 14 de noviembre. Una nueva derrota, mucho más si es por guarismos superiores a los de las PASO, agigantará la debilidad del Presidente y la del Gobierno.

​Muchos creyeron a principios de año que ese declive no iba a alcanzar a Cristina, pero la posibilidad de la pérdida de senadores y de un desastre electoral en la provincia de Buenos Aires también le restaría margen de maniobra a la Vicepresidenta y al kirchnerismo.

El tsunami se lo ha llevado puesto también a Kicillof, derrotado en las primarias de septiembre e intervenida su gestión por la mano visible de Cristina. No solo rompieron el gabinete bonaerense poniendo al frente al intendente de Lomas, Martín Insaurralde, sino que se ocuparon bien de difundir y con detalles escabrosos el encuentro de seis horas en El Calafate, donde la Vicepresidenta le bajó el plan de emergencia para los próximos dos años.

Ya nadie piensa en Axel como aquel conductor del Clío de la campaña electoral de 2019, que se proyectaba imparable como eventual candidato a presidente. “El Clío fundió biela y no va a alcanzar ni para intentar la reelección”, se lamenta hoy un agobiado barón peronista del Gran Buenos Aires.

Campeón del equilibrio sobre la cuerda siempre resbalosa del peronismo, a Sergio Massa no le van mucho mejor las cosas. Su propuesta de acuerdo político para después de las elecciones es como una brasa ardiente que ningún dirigente de Juntos por el Cambio quiere tener en sus manos en estos tiempos. Se la sacan de encima sin miramientos los más duros con Massa como Patricia Bullrich, el jefe radical Alfredo Cornejo o el ex presidente Mauricio Macri.

La novedad es que la misma reacción se advierta en el discurso de Horacio Rodríguez Larreta, de María Eugenia Vidal o Gerardo Morales, los opositores con los que Massa tenía mejor relación. Tantos mensajes de WhatsApp olvidados.

Sabiendo cuántas miradas están posadas sobre sus pasos futuros, Rodríguez Larreta fue el primero en hacer pública su negativa a cualquier acuerdo post electoral. Ya les ha adelantado a su gente de confianza que sus decisiones no serán individuales y que formarán parte de los pronunciamientos de la Mesa Nacional de Juntos por el Cambio.

“El consenso se terminó el día en que Alberto nos sacó la plata de la coparticipación para dársela a Kicillof”, es la frase que masculla el Jefe de Gobierno porteño. “No se puede acordar nada con dirigentes que hoy están a tiro de cacerolazo”, dramatiza otro opositor que vio de cerca la tragedia del 2001.

Después de arrancar su gestión con altísimo perfil, el jefe de gabinete Juan Manzur se ha llamado a sosiego para esperar el oráculo del domingo electoral. Su imagen negativa no ha caído todavía como la de los Cinco Grandes, y busca en el peronismo los aliados que puedan sostenerlo en los dos años bravos que se avecinan. Arden los celulares con el resto de los gobernadores y con algunos de los intendentes poderosos del conurbano bonaerense.

Algunos recuerdan que fue el menemista Carlos Corach quien le sugirió a Manzur enfrentar a Alberto y a Cristina en una primaria presidencial del peronismo cuando la Vicepresidenta sorprendió eligiendo al candidato a Presidente en 2019. Pero el tucumano creyó que no había forma de vencerlos en ese momento y se concentró en mantenerse a flote en su provincia. Acostumbrado a las experiencias fuertes, Corach le apuntó además que una buena fórmula habría sido con la matancera Verónica Magario, quien terminó como postulante a vicegobernadora de Kicillof.

Manzur conserva una relación aceitada con el tándem que forman el intendente de La Matanza, Fernando Espinoza, y la rubia Magario. El peronismo, como dice el Eclesiastés acerca de Dios, tiene también muchos caminos misteriosos.

El problema para este peronismo es que podría tener que experimentar en dos semanas el calvario de gobernar debilitado. El único antecedente similar, aquella agonía institucional de Isabel Martínez después de la muerte de Perón en 1974, terminó de la peor manera.

El kirchnerismo celebra en su liturgia miope el relato fantasioso de los 49 días de Héctor J Cámpora. Pero jamás se atreve a hacer revisionismo para evitar los horrores de lo que vino después. Esos últimos veinte meses de una Argentina en caída libre hacia el abismo de muerte y de atraso del que todavía no podemos escapar.

Fernando González

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