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Opinión

La raza, un siglo después

La perspectiva del mundo ha cambiado sustancialmente en el siglo XXI. Ya no se festeja nada sino todo lo contrario, solo se cuestiona a España por una conquista sangrienta de los pueblos originarios, cuya resistencia fue doblegada rápidamente por no estar preparados para una contienda y  que dejó a la otra raza, la invasora, con todas las posesiones y riquezas, cuyo valor era desconocido para los autóctonos. Además se la suele comparar con la campaña de Norteamérica, donde se afirma  que allí no hubo conquista sino colonización, y que por esa razón, el devenir de los acontecimientos posteriores a 1613 fue distinto, en cuanto a la entidad de la agresión. Distintos métodos con iguales objetivos.

La primera Fiesta de la Raza Española fue en 1914 y en 1915 se celebró como «Día de la Raza» en la Casa Argentina de Málaga. Desde 1917 el Ayuntamiento de Madrid asumió la celebración de la «Fiesta de la Raza» en la capital de España y fue una ley de Alfonso XIII la que la transformó en una fiesta nacional. Luego por iniciativa de un clérigo español se denominó Día de la Hispanidad. En tanto, en Argentina en 1917, el Presidente Hipólito Yrigoyen, declaró ese día  fiesta nacional que la prensa y la costumbre impusieron como el Día de la Raza, una denominación que siempre suscitó polémicas hasta que se la designó como Día del Respeto a la Diversidad Cultural en Argentina.

"En el verano de 1990, 350 representantes de grupos indígenas americanos de todo el hemisferio se reunieron en Quito en el primer Encuentro Intercontinental de Pueblos Indígenas de las Américas, para movilizarse en contra de la celebración del 500º aniversario (quincentenario) del Día de la Raza, prevista para 1992. El verano siguiente, en Davis (California), más de un centenar de nativos americanos se reunieron para dar continuidad a la conferencia de Quito. Declararon el 12 de octubre de 1992 como "Día Internacional de la Solidaridad con los Pueblos Indígenas" Fuente: Wikipedia

Hoy en América del Sur se pueden observar a grandes rasgos, profundas divisiones que en algunos casos están alterando el orden público constituido y que ponen en riesgo la paz social de una vasta región. No es intención de ésta nota analizar en profundidad las cuestiones que se plantean en el Sur de Argentina o de Chile, porque además de la reivindicación de las posesiones territoriales, existe una cuestión ideológica que las atrapa y pone en duda los legítimos reclamos. En cuanto a estos, se puede remarcar que existen reclamos pacíficos similares en el norte, noroeste y noreste argentinos con respecto a las riquezas mineras y arqueológicas cuyo propiedad y dominio reclaman con énfasis distintos pueblos originarios, con suerte dispar.

En simultáneo, existen grandes grupos sociales que cuestionan aquella conquista y reivindican los derechos preexistentes de los pueblos originarios. España perdió sus posesiones y dominios en las denominadas Guerras de la Independencia, donde los propios hijos de los españoles y europeos se alzaron en armas contra el invasor, que en las mayorías de los casos eran sus propios padres. Esas circunstancias provocaron mucho dolor, heridas que todavía sangran y que es necesario curar y cerrar; hacer el duelo, aceptar que ese pasado no es pasible de ser modificado; está allí, es necesario conocerlo y aceptarlo para intentar vivir en un mundo mejor.

No sólo se cuestiona al reinado de España y la maquinaria de guerra de los Borbones, también recibe duros cuestionamientos el proceder de la Iglesia Católica, que durante cinco siglos hizo su plan de catequización forzosa como socia exclusiva de la corona española. Ambas entidades forjaron en cierto modo, el inestable presente de los pueblos sudamericanos o dicho de otro modo, de Latinoamérica. España pidió perdón por la expulsión de Los Moros y en América, los Pueblos Originarios no pudieron pedir perdón por la expulsión de los españoles, sencillamente porque perdieron la guerra y fueron dominados, como etnia más débil.

Luego de las Guerras de la Independencia no sólo hubo una liberación material sino que allí comenzó tímidamente una reivindicación étnica de los pueblos sojuzgados. Lo justo, desde el punto de vista moral, sería un pedido de perdón conjunto de parte de la Corona Española y de la Iglesia Católica, al fin y al cabo, ellos fueron los invasores,  por las atrocidades cometidas en el proceso de conquista y catequización de la cultura por medio de la fuerza, el castigo y en muchos caso la muerte violenta. Cada provincia, cada región de América Latina tiene una página negra, una historia trágica, alguna matanza o destierro, cuyo dolores perduran en nuestros días.

No vale la pena detenernos para analizar una vez más para que vinieron a América, porque el planteo es similar a estudiar o analizar las invasiones étnicas que sufrió Europa en el primer milenio, sin dejar de lado las corrientes naturales que se produjeron a partir de la natural evolución del Homo Sapiens, en Sudáfrica hace 130.000 años. El mundo es pura conquista y colonización desde que es mundo. La historia se repite una y otra vez y siempre para mal. Si el hombre sobrevive a todas las guerras y conquistas, es sencillamente porque tarde o temprano prima la razón y se impone la paz.

En el primer y el segundo milenio, Europa se desangró infinidad de veces, con guerras de dominación y algunas que duraron más de cien años. La historia universal encuentra en la guerra, en el dominio de los más débiles y en las invasiones culturales, sus principales objetivos, del mismo modo que guerreaban los persas o los macedonios en la antigüedad. Las invasiones, primero son materiales, y a continuación se producen las otras, las conquistas que pasan más por lo cultural y que muchas veces sus efectos son más devastadores que la maquinaria de guerra. Los greco romanos, los barbaros, los cretenses y otros pueblos fueron invasores y dominaron otras culturas. En ese sentido Alejandro Magno fue un claro dominador de la cultura Persa, a sabiendas que sus ejércitos jamás regresarían a Macedonia, a pesar de las promesas que hizo a sus soldados el hijo de Filipo II.

De manera que lo sucesos de América, la conquista española, o la colonización anglosajona,  no son distintos ni únicos, ni tampoco encierran otras peculiaridades que las que se han producido a los largo de la historia universal. España conquistó la cultura, perdió las dominaciones, pero ese sello  quedó reflejado para siempre por ejemplo, en las instituciones y desmadejarlo resulta ser una empresa imposible de lograr, además de descabellada. ¿Qué hacer entonces? El pasado es inmodificable, aunque es preciso no sólo conocerlo, sino aceptarlo tal cual se presentó. De ese modo habrá una mayor comprensión del presente.

Entonces y para evitar cualquier brote de violencia, es necesario recurrir al conocimiento de la historia universal y al propio conocimiento de la Historia de América en su conjunto. Jamás recurrir a la confrontación sino a la cooperación, y éste debe ser el principal motivo para restablecer la convivencia, que debe ser siempre pacifica a través del respeto mutuo.

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