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Opinión

El Gobierno, ante una posible “tercera pandemia”: la del clima

“El otro día le decía a Cristina Fernández de Kirchner que no sé si en mi vida volveré a vivir dos años tan difíciles como estos”, se sinceraba esta semana el presidente Alberto Fernández ante el periodista Julio Leiva, al mismo tiempo que adjudicaba sus visibles ojeras y su exceso de peso al estrés de la función. En el seno del kirchnerismo muchas veces suelen decir que en solo dos años de mandato les tocó lidiar con dos pandemias: la de la herencia que les dejó Mauricio Macri –omnipresente en todos los discursos, aún hoy– y la del Covid-19. Pero el Gobierno, que por ahora tiene como único objetivo la campaña electoral, podría enfrentarse a una tercera pandemia: la climática.

Quienes siguen de cerca los fenómenos meteorológicos ya empiezan a vislumbrar varios eventos que, combinados, complicarán la situación macroeconómica aún más. La histórica bajante del río Paraná sería solo el prólogo de lo que los especialistas ven en los modelos, que auguran un escenario aun más complejo hacia adelante. Las probabilidades de que vuelva a azotar La Niña en el verano y afecte la próxima campaña agrícola son cada vez mayores, lo que no solo impactará en las economías regionales –muchas ya golpeadas por la escasez de agua de este año–, sino que también redundará en una menor oferta de dólares para el Banco Central (BCRA).

La Argentina tiene sobradas experiencias. Existe un patrón económico que se repite –hasta ahora, casi sin excepción–: siempre que La Niña se hace presente dos años seguidos, como en principio se espera que suceda, la Argentina sufre una profunda crisis económica. Sucedió, explica el meteorólogo de LN+ Mauricio Saldívar, en el período previo al Rodrigazo, volvió a darse en tiempos del Plan Austral, en la hiperinflación del año 89, en 2001, y en la crisis del campo de 2008, entre otros. “La Niña produce déficit de precipitaciones en el país, en particular en las principales zonas productivas agrícolas –dice Saldívar–. Posteriormente a eventos de La Niña de fuerte intensidad, o posteriormente a eventos consecutivos de moderada intensidad, surgen crisis económicas”.

La gestión anterior puede dar fe del fenómeno. El 2018, que marcó a fuego a la administración Macri, ya que fue cuando se inició la crisis de su gobierno, no fue la excepción. Ese año, recuerda Saldívar, un evento La Niña de baja intensidad se combinó con otro fenómeno, el dipolo del océano Índico, que en su fase negativa también favorece el déficit de precipitaciones en el centro del país. Como consecuencia, la Argentina vivió en 2018 la peor sequía en 60 años. El productor Ricardo Negri, entonces miembro del gobierno recuerda claramente: ese año se perdió el equivalente a 1,7% del PBI.

Para Saldívar, el escenario para la campaña 2021-2022 es similar y agravado porque las napas se encuentran a mayor profundidad. No está claro si el Banco Central o el ministro Martín Guzmán están al tanto de estas proyecciones. Quienes frecuentan a su colega de Agricultura, Luis Basterra, saben que él tiene varios estudios hechos sobre el riesgo hídrico en su provincia. Pero su voz es una de las más débiles dentro del gabinete. No se escuchó internamente cuando se definió el cepo a las exportaciones de carne ni cuando se decidió en su momento la intervención en la empresa Vicentin. Los más maliciosos aseguran que ni siquiera se lo tuvo en cuenta en la toma de esas decisiones.

En principio, el evento de La Niña afecta los cultivos en febrero y marzo, sobre todo, a la soja y el maíz, dos de los “yuyos” más relevantes en la matriz productiva argentina. En la Argentina, es tal la dependencia de esas exportaciones que la pax cambiaria depende en gran medida de lo que suceda con la cosecha gruesa.

Panorama sombrío 

En el primer semestre de este año, de hecho, el agro representó el 70% de las exportaciones (entre productos primarios y manufacturados derivados). Pese a que desde la política se dice desde hace años que “hay que cambiar la matriz productiva”, la realidad es que el agro es el gran generador de dólares y, además, como dice el economista Marcelo Elizondo, uno de los sectores que, en paralelo, exige menos dólares. “El otro 30% de la exportación es industria automotriz, aparatos, pero también importan mucho para producir. Para el balance comercial, sólo el agro da un confort grande –dice Elizondo–. Este año, los precios de las commodities descomprimieron tensión cambiaria que hubieras tenido indefectiblemente porque los volúmenes de exportación fueron menores”.

Para la gestión del Banco Central, el panorama hacia adelante es cuanto menos sombrío. Cualquier fenómeno climático encuentra a una Argentina ya previamente golpeada en varios frentes. Desde el punto de vista climático, la bajante del río Paraná está generando grandes inconvenientes en economías regionales (arroz), pero además está poniendo presión sobre la matriz energética. Dado que la imposibilidad de generar energía hidroeléctrica, que tradicionalmente representa cerca del 30% de la generación local, está obligando al Gobierno a recurrir a otras fuentes –centrales térmicas– que requieren de gas. Se trata no solo de energía más cara, sino que también demanda de más dólares, dado que no hay gas suficiente localmente para abastecer a todo el mercado. Lo mismo está sucediendo en la zona patagónica: tampoco hay agua en la cuenca del Comahue. En Cuyo ya inquieta la escasez de agua en los diques.

Pero el clima no lo es todo, aunque podría ser el disparador de una crisis cambiaria que hasta ahora el Gobierno está logrando contener. Muchos de los desequilibrios macroeconómicos que Fernández heredó de su antecesor están profundizándose. El ajuste que había logrado imponer Guzmán a comienzos de año está derritiéndose a medida que toma temperatura la puja electoral. El déficit fiscal se empezó a profundizar y la maquinita se volvió a encender. En los primeros 9 días de agosto, el BCRA emitió $160.000 millones para financiar al Tesoro, cuando en lo que va de 2021 le había entregado $320.000 millones. También el dólar empezó a quedar rezagado frente a la inflación, que, pese a las tarifas pisadas y al tipo de cambio planchado, no logra bajar del 3% mensual. A la luz de los números, está claro que la economía poselectoral no dependerá solo de un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, sino que este será apenas el punto de partida.

Aunque el Gobierno no debería descuidar el frente externo tampoco, en vistas de un futuro acuerdo con el FMI. Mucho desconcierto reinó en la Embajada de Estados Unidos después de escuchar el lunes pasado las declaraciones de Fernández sobre la necesidad de que internet sea “servicio público”. Apenas el viernes pasado, dos miembros de la delegación que encabezó Jake Sullivan, especialistas en telecomunicaciones, habían estado en la Casa Rosada en una reunión con el titular del Enacom, Claudio Ambrosini, y el jefe de asesores de Fernández, Juan Manuel Olmos, en la que se les garantizó que habría libertad de negocios en la industria, además de transparencia en el desarrollo del 5G. Hay varios empresarios que lo escucharon, dado que participaron además representantes de Oracle, Cisco, Telecom, entre otros. Todos coincidieron en remarcar lo frontal del planteo norteamericano.

Florencia Donovan

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