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Opinión

Un súper ajuste oculto detrás del plan económico del Gobierno

El kirchnerismo sabía, desde bastante antes de su triunfo electoral, que no la iba a tener fácil con una economía desestructurada, clavada en el mismo lugar hace una década, que no crea empleo y es pariente directa de la crisis social; que atrasa y que, encima, viene desgastada por una inflación ahora en la zona del 40% anual. Frente a un panorama que exigía operar rápido, Alberto Fernández llegó a la Casa Rosada sin ningún programa definido, con un desarreglado formato de gobierno y en andas de un modelo de poder que se comprobó definitivamente dual.

Es cierto que de entrada sobrevino el imprevisible sacudón de la pandemia, pero si por ahí pasa la cuestión el ya catastrófico saldo de casi 100.000 muertos y el hecho de que la mitad se hubiesen producido en la provincia de Buenos Aires, hablan de la calidad de la gestión del kirchnerismo más puro. Obviamente, no luce como la mejor y no lo es justo en aquello que fue planteado como un objetivo excluyente y que Axel Kicillof presenta parecido a una gesta revolucionaria.

También dicen mucho la improvisación, las marchas y contramarchas permanentes, el increíble manejo de la política educativa y el lugar, por cierto, nada estimulante, que ocupamos en un cuadro sobre las vacunaciones en la región. Revela que apenas el 10,5% de los habitantes de la Argentina han recibido las dos dosis, menos o bastante menos que, entre otros, los de Brasil, Costa Rica, Panamá, México y Colombia y muy lejos del 50% que anotan Chile y Uruguay.

Visto el lugar que ocupamos en el vecindario, cuesta entender a qué récord se refiere el ministro del Interior, Eduardo Wado de Pedro, cuando sostiene: “Estamos en el récord de vacunación diaria y en el récord de llegada de vacunas a la Argentina”. Y si sólo estamos frente a un récord respecto de nosotros mismos, también huele a campaña edulcorada eso de que “la vacuna nos va a dar la posibilidad de volver a ser felices”, cosa que si fuese cierta nadie sabe cuándo llegará.

Surge claro a un lado y al otro, que el gobierno al fin común de Alberto F. y Cristina F. sigue empantanado en su opción entre vida y economía de la primera cuarentena, hace un año y medio. Sin resolverla ni lograr grandes, apreciables resultados en ninguno de los dos frentes.

Bien complicado, riesgoso para quienes mandan y orbitan alrededor de quienes mandan, este panorama marca el camino hacia las PASO de septiembre y las legislativas generales de noviembre. Y como el tiempo tiene la costumbre de no detenerse, el mismo panorama explica que desde el poder se empuje a todo trapo un paquete de medidas que busca reparar, al menos en parte, la enclenque estantería económica y social.

De ese palo es la rebaja del impuesto a las Ganancias para un sector de los asalariados y los bonos que refuerzan planes sociales. Según estimaciones de especialistas, de allí saldrían alrededor de $ 373.000 millones que podrían estirarse a $ 660.000 millones, si el kirchnerismo decide echar mano a otros recursos fiscales que ya anda husmeando. Es plata apuntada a levantar el consumo y oxigenar la actividad económica, o sea, a revivir un combo demasiado deshilachado para las urgencias electorales del oficialismo.

Falta agregar que esta movida es la contracara del ajuste que, sin pausa y silenciosamente, aplica el mismo gobierno que puertas afuera demoniza cualquier cosa que suene a ajuste. De hecho, un servicio a la causa nacional y popular del también demonizado ministro Martín Guzmán.

Sobre el operativo, los datos oficiales del período enero-mayo dicen que el gasto en la Seguridad Social, esto es, jubilaciones, pierde por 13 puntos porcentuales contra la inflación promedio acumulada desde enero-mayo 2020 y que otro tanto ocurre con los salarios del Estado nacional. Las transferencias que van desde la Casa Rosada a las provincias para financiar gastos corrientes andan peor: el índice de precios ya les lleva 47 puntos de ventaja.

Y como a ciertas cosas se las comprende mejor cuando se las pone en dinero, ahora la suma de las partes canta por llamarlo de alguna manera un ahorro de $ 250.000 millones en sólo cinco meses, muchísimo más si se le suman los siete que faltan. Un cantar semejante suena con el impuesto inflacionario, o sea, la manera en que la inflación poda gastos sin parar e infla ingresos también sin parar.

Cosecha fiscal pura, los datos de enero-mayo informan que la recaudación del IVA y la de Ganancias le sacan 20 puntos porcentuales a la inflación promedio acumulada desde entonces. En números de la AFIP, un extra de $ 270.000 millones solo que coparticipado con las provincias.

Todo va contorneado, además, por el aumento en las alícuotas de algunos impuestos existentes y por la creación de otros que levantaron la presión tributaria a la altura de las nubes. Esto significa Estado grande, útil a los fines más diversos, pero claramente deficiente si se lo mide según la calidad de los servicios que presta.

Se trata de datos duros, nada de comentarios sesgados. Como aquellos que empiezan a desplegar algunos funcionarios, a propósito de una recuperación de la actividad económica más presunta que real y potente.

Ese juego juegan quienes, con aires industrialistas, comparan la producción fabril de los últimos meses con la muy deprimida de los mismos períodos de 2020 y concluyen en algo harto previsible. Esto es, un incremento fuerte que en verdad no sale tanto de una mejora de este tiempo como del enorme peso que la cuarentena ejerció el año pasado sobre la economía.

Más cercano a la realidad y a una proyección de la realidad es lo que surge de comparar las cifras de últimos meses con las de los meses previos, o sea, de mezclar manzanas con manzanas. Veremos así que desde enero el índice de producción industrial del INDEC ha caído en febrero, abril y mayo, es decir, en tres de los cinco registrados por la estadística conocida y que ha caído un considerable 5% en mayo.

Con un pequeño esfuerzo se podrá advertir que el indicador de mayo del 2021 está 10,6% por debajo del de mayo del 2018, que no fue precisamente un año de crecimiento sino otra de las temporadas recesivas.

Tampoco da para batir parches el índice de la construcción, que ha retrocedido en cuatro de los cinco meses de 2021 computados por la estadística. Contra 2018 tenemos caída del 15%, nada más y nada menos.

Será para ver finalmente cuánto mejora la realidad verdadera el empeño que el Gobierno pone en lograr que los salarios le ganen a la inflación y empujen la economía.

Llegado el punto, valen un par de precisiones: una señala que en gremios importantes algunos tramos de los aumentos caen en 2022, pasadas las elecciones, y la siguiente, que existe un ejército de 6 millones de asalariados informales, que no entran en las paritarias ni pueden acceder a los beneficios de los convencionados.

La lista continúa con sueldos que vienen de retroceso en retroceso, con una tasa de desocupación que completa-completa pasa de largo el 10,2% que marcan las cifras del INDEC y avanza derecho hacia un punto que define a esta estructura laboral dislocada.

Muestra que el consumo privado, decisivo en la economía argentina, cae 7% contra 2019 y nada menos que 17% respecto de 2018.

El problema, en cualquier caso, es que por mucho empeño que el kirchnerismo ponga en cargar de culpas a Macri y al macrismo, eso queda cada vez más lejos y sobre todo cuando se va para dos años en el gobierno.

Alcadio Oña

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