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Opinión

El gen peronista de los jefes republicanos

Cristina Kirchner, que considera la democracia liberal como un viejo artefacto del siglo XVIII y, en cambio, celebra dictaduras sangrientas, homofóbicas, donde se encarcela a los disidentes, siempre descreyó del diálogo con la oposición, a quienes considera “enemigos” del campo popular. Mario Firmenich, cuyos hijos orbitan en La Cámpora, acaba de celebrar al tirano Daniel Ortega y la persecución a opositores. Sabino Vaca Narvaja, hijo de otro jefe montonero, no solo es embajador sino gran defensor del modelo chino.

No hay novedad, en el caso de Cristina. Es un modelo que trae desde Santa Cruz. Allí, en el menemismo de los 90, durante 15 años de reinado feudal, el matrimonio Kirchner jamás dialogó –y esto es literal– con las dos grandes referentes de los organismos de derechos humanos de la provincia, Ana Redona y Milagros Pierini. El dato, que sorprendería hoy a sus fanáticos, adquiere relevancia en aquella década y bajo la óptica K: en los 90, los aliados eran militares estilo Berni y las Hebe de Bonafini de la vida solo eran vistas como seres marginales en un juego que las excluía: lo apetecible, en el territorio del hielo, era conquistar el voto militar, significativo por el afincamiento de las familias de los uniformados en el sur. Ese backstage político trae la alianza táctica de Cristina con quien aspira a convertirse en el Bolsonaro criollo.

¿Cuál es la novedad, entonces? En la semana de su renunciamiento –un gesto inusual en la política–, Patricia Bullrich produjo una declaración inquietante: no se dialoga con los autócratas porque ellos son “enemigos” de la república. Se refería al núcleo duro K y a sus referentes: Cristina, Máximo, Kicillof, tal vez Massa. Música para los oídos de los halcones, que descalifican a las palomas inclusivas por “ingenuas”. Pero, más allá de las chicanas, lo que esconde la frase de Bullrich son dos visiones políticas de construcción antagónicas dentro de JxC.

“Si Horacio llega a ser presidente, al día siguiente va a tener sentado a un jefe de gabinete peronista estilo Schiaretti”, define un funcionario porteño, que conoce el pensamiento de Larreta. Vidal podría firmar abajo. De hecho en su libro, Mi camino, ubica a los dirigentes de La Cámpora, sus pares generacionales, como sus eventuales interlocutores en la orilla de la oposición.

“La fortaleza, y la vez la debilidad, de la democracia es que admite en su seno a quienes están en contra del sistema, desde el fascismo hasta la ultraizquierda. Si sos demócrata tenés que poder dialogar con todos”, apunta la politóloga María Matilde Ollier, que prepara un libro de historia sobre los años de Cristina Kirchner en el poder. Efectivamente, la historia del siglo XX enseña que la inclusión de la disidencia, aun con el riesgo que conlleva incorporar a los que no creen en el sistema, parece ser, paradójicamente, su antídoto de supervivencia más eficaz.

Larreta acaba de salir del clóset de la gestión buscando mostrarse, por primera vez, como líder del espacio opositor. Su primera acción fue ordenar la interna con un dedazo, al estilo peronista, donde no se privilegia al mejor candidato o candidata, surgido de una interna, sino al más leal. Es lo que hizo con María Eugenia Vidal en la ciudad y lo que pretende hacer con Santilli en la provincia: a ambos los visualiza como aliados de su proyecto político de cara a 2023, mientras que la consolidación del liderazgo de Bullrich en territorio porteño podría convertirse, según él, en un escollo.

“Si había competencia en la ciudad y ganaba Bullrich porque era mejor, ¿cuál es el problema? Si no puede conducir a Bullrich, ¿podrá conducir a la oposición?”, chicanea un intendente de JxC, que se opone a la “imposición” de Santilli.

¿Los jefes republicanos le temen a una competencia que dirima entre los mejores, que es la regla básica de la vida en democracia? ¿Un gen peronista clonado en la oposición?

Larreta está tomando clases con el economista Pablo Gerchunoff, quien asegura que la experiencia de JxC fracasó en su política económica. Junto con Roy Hora acaba de lanzar La moneda en el aire, un libro sobre la historia de los futuros imprevisibles de la Argentina. Su tesis central es que nuestro destino no está escrito en las estrellas. O, dicho de otro modo, que el país podría volver a arrancar. Un mantra conveniente para los jefes republicanos, con o sin gen peronista, que sueñan con volver al poder.

Laura Di Marco

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