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Opinión

Lo que esconde la inquietante diplomacia de Cristina

Más adelante, el hijo de Julián Marías carga contra los líderes del kirchnerismo español (Podemos), que le producen el mismo déjà vu: “Yo he conocido a estos tipos en el pasado lejano; es más, milité junto a ellos, breve tiempo y a desgana –piensa cada vez que los ve–. Dicen las mismas cosas y tienen las mismas actitudes de los pro chinos de mi primer curso de Facultad, con algún tic de los trotskos y algún otro de los miembros del Partido Comunista Español más cerriles y estalinistas, ya anticuados entonces”. Marías expone su perplejidad ante el hecho de que vuelvan a circular como nuevos y brillantes estos discursos oxidados. Esa circulación, en América Latina, se ha mixturado con el nacionalismo más obtuso; es aún más intensa y mucho menos espontánea. Basta escuchar un rato a Hilda Molina, notable médica cubana que reside en Buenos Aires y examiga de Fidel Castro: se cuenta que el Hombre estaba enamorado de ella. Esta semana, Molina fue entrevistada por Laura Di Marco y Pablo Rossi en Radio Mitre, y narró allí lo que el mítico líder le confesaba en la intimidad: el imperativo de colonizar el continente para contar con aliados, y hacerlo todo mediante “guerrilleros ideológicos”, la batalla de las ideas (inspirada en Carl Schmitt) y “esa democracia boba”, que debía ser utilizada para ingresar en el sistema e instalar paulatinamente desde adentro un “régimen popular”. Para ese objetivo era necesario limar algunos valores básicos: “Trabajar el cerebro de la sociedad diciéndole ‘tú lo que no tienes es porque este te lo sacó’ y ‘los que defienden el mérito son malos y es porque algo te han quitado’”. Toda la maquinaria castrista se abocó a enseñarle a Chávez cómo construir una epopeya, método crucial para ganar el territorio propio y el sentimiento de los pueblos de la Patria Grande: así se creó el “socialismo del siglo XXI”, sustituto del viejo comunismo (la sola palabra era un quemo) y promotor de autocracias con retórica izquierdista y partido único. “El gran defecto del mundo ha sido subvalorar quién fue el señor Fidel Castro”, concluyó Hilda Molina. Y es imposible no recordar cómo tras la muerte de Néstor Kirchner, el carapintada de Caracas ejerció fuerte influencia sobre su viuda, y cómo los hermanos Castro la arroparon en su reino durante sus múltiples visitas, que no solo tenían por objeto acompañar a su hija enferma, sino también repensar el mundo y ajustar los antiguos “sueños” al momento y al carácter nacional. De esa misma usina surgieron el verso del lawfare, su renovada fobia a la meritocracia y su declamada convicción de generar en su país un Nuevo Orden. La Pasionaria del Calafate también habrá sido asaltada allí por el déjà vu de los ideales setentistas, que los Kirchner resucitaron e institucionalizaron desde el Estado. Tal vez le hayan recordado la migración temprana de John William Cooke, mentor del “peronismo de izquierda” y luego revolucionario armado en La Habana. Cooke intentó convencer a Perón de que abandonara su exilio en tierra de Franco y lo continuara en el jardín de Fidel. Pero el General no solo se resistió, sino que a su regreso se encargó de exterminar a quienes habían “infiltrado” el Movimiento. En los albores del cuarto gobierno kirchnerista, Horacio González le advirtió a Alberto Fernández que no debía confundirse: “Abandonar las ideas de Cooke sería abandonar el peronismo”.

Una forma inteligente de comprender la política de nuestra cancillería falsamente zigzagueante podría consistir en leer el diario Gramma, house organ de la más añeja dictadura caribeña. En sus páginas, el ataque del grupo terrorista Hamas fue escamoteado de los grandes titulares y el caso fue presentado así: “Una vez más la tierra palestina, ocupada y pisoteada por Israel, es bañada en sangre inocente”. Resulta sencillo, a partir de esta caracterización realista, explicar la empecinada labor por abrazar a Venezuela y librarla de toda culpa en sus incontables crímenes de lesa humanidad, la amistad innegable con Irán (financista de Hamas y de Caracas), el viaje a la “próspera” Cuba para promocionar la invisible vacuna Soberana y el envío extraoficial de un cargamento de 739.000 jeringas y agujas en calidad de donación, y también aquella jactancia vicepresidencial: “Quién diría que en medio de esta pandemia atroz que rompió todos los modelos para gestionar el Estado las únicas vacunas con las que contamos hoy son rusas y chinas. ¿Qué cosa no?”. La frase intentaba una autocelebración y también exhibir un falso multilateralismo, pero lo cierto es que su sesgada diplomacia antioccidental resulta un calco exacto de la cubana. Las adquisiciones y carencias de vacunas tienen entonces como explicación no solo la inepcia acostumbrada y el capitalismo de amigos, sino muy especialmente la geopolítica, que el Instituto Patria no dudó en colocar por encima del pragmatismo humanitario que exigía la hora.

Ni China sigue ya al maoísmo ni Rusia es leninista –más bien todo lo contrario–, pero no han abandonado por ello la costumbre del totalitarismo, son enemigos de Washington y Bruselas, y resulta tentador hacerles favores, aunque en ese lago no hay muchos peces para la Argentina: despóticos, pero no gilipollas. Este extraño PC chino de la globalización no quiere cambiar el sistema capitalista sino liderarlo; ha invertido miles de millones de dólares en Venezuela y se arrepiente de esa operación porque el chavismo ha resultado desastroso para todos y todas. El zar nacionalista de Moscú, más allá del Zoom, apuesta a la Argentina con la aprensión de un torero cobarde. Los expertos en política internacional observan todas estas maniobras argentas más como resultado de la ignorancia que de una meditación profunda: nuestro largo plazo, ya saben, es el fin de semana; la hipótesis de que el kirchnerismo coquetea con esas autocracias para producirles celos a Estados Unidos y a Europa tampoco los convence. Es un hecho, sin embargo, que Cristina –un significante vacío– necesita llenarse de argumentos porque desprecia profundamente las democracias liberales, sabe que para el mundo ella es un emblema del populismo y, despechada, redobla la apuesta por los sistemas donde no existen contrapesos ni alternancias ni libertad de prensa. Para adaptarla a sus propósitos, ha comprado en Cuba la caja de herramientas ideada por un modelo que curiosamente ahora el régimen –en grave indigencia– comienza a abandonar. El presidente de la DAIA ha sintetizado toda nuestra política exterior: “Nos dolió ver a la Argentina votando con países que no son democráticos y violan derechos humanos”. Y entusiasmado con el microclima camporista, Alberto predicó el viernes: “Es hora de entender que el capitalismo no dio buenos resultados”.

El kirchnerismo, que ha copado la cabina de mando del peronismo en nombre de las ocurrencias desactualizadas de Cooke, mantiene todas estas alianzas temerarias, pero cuando son denunciadas tiende a desmentirlas: sabe que la avanzada genera enemigos, mete miedo, pianta votos y, sobre todo, huele a naftalina. Javier Marías se lamenta por la cultura del déjà vu: “Resulta descorazonador y decepcionante ver cómo vuelve todo lo antiguo una y otra vez”.

Jorge Fernández Díaz

Cristina Kirchner kirchnerismo opinión política exterior

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