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Opinión

Columna destacada: El todo es más, mucho más, que la suma de las partes

Para la Grecia antigua y la clásica, la belleza estaba ligada al cuerpo humano; no se excluía de lo bello a un paisaje o lo que fuera; pero la belleza era básicamente una categoría humana. Homero describe la belleza como atributos de Helena, de Paris y de algunos otros personajes de la historia narrada. Y, a tal punto está integrada a nuestra estructura de valores que, aún para describir eficazmente lo feo, tenemos que hacerlo bellamente. No hay lugar para lo feo ni en la historia desde la antigua Grecia, ni como valor en la actualidad. Tersites en La Ilíada se describe como un hombre feo y sus valores personales y morales acompañan esa descripción. Y todo en él era feo.

Cuando se pretende describir con características objetivas lo bello comienzan las dificultades. Pitágoras, el gran filósofo y geómetra del siglo VI-V a. C. fue el primero que quiso hacer una ponderación objetiva de la belleza y lo hizo por la vía de las proporciones. Más tarde, un gran escultor del siglo V, Policleto, siguiendo la escuela de Pitágoras, definió el canon acerca de los criterios de la escultura y la belleza con pautas matemáticas. Pero nada se cierra definitivamente. Hubo quien buscó los criterios de la belleza por la media de todas las cosas: de los brazos, la altura, el volumen, etc. Y hubo otra teoría, de alguna manera vigente a lo largo de la historia, que consagraba la belleza como la suma de las partes más bellas de cada modelo. Ese fue un pintor de la Grecia clásica llamado Zeuxis. Para pintar la Helena perfecta fue tomando lo bello de muchas modelos para hacer la construcción perfecta de la belleza. Como si de la suma de las partes se pudiera obtener un todo perfecto. Tal vez ésta sea la que conserva mayor vigencia.

Lo que no se considera en ninguna – a excepción de Policleto- es la totalidad como unidad. O dicho más claro: el todo no se reduce a ser la suma de las partes. A principios del siglo XIX, en el fervor romántico, un grupo de amigos: lord Byron, Polidori (autor de El Vampiro), Mary Shelley, su marido, Percy Shelley, pasaron unas vacaciones en Suiza; el mal tiempo no los dejó disfrutar al aire libre e hicieron un concurso de escritura de ciencia ficción. Es el momento del nacimiento de Frankestein, la novela gótica por excelencia. El monstruo construido por el joven Víctor Frankenstein era el resultado de la unión artificial de partes. Solo nació un monstruo.

En las ciencias sociales, el conjunto de hombres puede asimilarse a la unión de partes para dar por resultado un todo. Claro que la diferencia no es menor; los hombres se unen en la conjunción de voluntades y no es la unión de partes sin independencia entre sí. De hecho, de lo más difícil en la formación de grupos es la cohesión en pos de un destino común. La lucha de egos, el interés divergente o lo que fuera, se convierte en un impedimento, a veces insalvable, del éxito de la empresa común.  El profesor Kitto, autor del clásico “Los Griegos”, libro referido permanentemente para quien se interese en la Grecia clásica, sostiene que los aristócratas de la época que investigó eran personas dispuestas al diálogo e incorporar otras visiones; fue la base fundamental del desarrollo de la polis que dio origen a la democracia.

Esta larga argumentación histórica no tiene otra pretensión que buscar en las raíces de nuestra cultura, y en los fundamentos de la condición humana, una explicación al comportamiento de los hombres de hoy. Cuando asistimos a los desvaríos expuestos por los políticos actuales que ponen en peligro las condiciones de la república, cuestionando las bases sagradas de la independencia de poderes, o la pretensión de avasallamiento de instituciones necesarias para el equilibrio de fuerzas, no podemos tener otro sentimiento que el de terror ante el persistente capricho de violentar el equilibrio de esas fuerzas que garantizan vivir con protección institucional. Un peligro, quizá el más importante en estos tiempos, sea la voluntad por parte del gobierno de modificar las leyes para elegir el Procurador General. Tal vez las urgencias cotidianas nos distraigan de la trascendencia de este reclamo del oficialismo. Pero sería un retroceso en la calidad institucional de nuestro país dejar en un reducido grupo de voluntades los criterios de actuación de los fiscales; más aún cuando serán los responsables de llevar adelante las instrucciones en los casos judiciales.

Es un riesgo enorme al que estamos expuestos los ciudadanos corrientes. La pobreza institucional reduce las condiciones de vida de la gente común. Ahora, qué hace la oposición, en qué invierte el tiempo y las ideas frente a la hora urgente que vive nuestro país. Escucho con indignación las disputas de adolescentes que nos llegan. No van a las reuniones porque están ofendidos o porque no quieren competir con fulano o mengano. Son partes bellas individualmente, hombre y mujeres, seguramente preparados para las funciones a las que se proponen, pero desfigurados por intereses personales que postergan las urgencias que vive la mayoría de nuestro pueblo. A la gente que quiere vivir en una república no le preocupa qué nombre tendrá el diputado que defienda los intereses de la república o con quien se lleva bien; lo que quiere es que le garanticen que se defenderán las condiciones que fija la constitución sobre la que acordamos nuestra convivencia. La belleza no resulta de la suma de las partes sino de la armoniosa conjunción que forman un todo, con funciones diferentes al servicio del bien general. A la gente común no le importa si Jorge Macri se posiciona mejor para gobernador en 2023, o Vidal no quiere la provincia porque reduce sus pretensiones para presidente, también en 2023; hay urgencias que no toleran dilación. Hay urgencias sin resolver que tienen que ver con la vida diaria de la gente. Si esto no es así, es lo que transmiten. Necesitamos coordinación; necesitamos una oposición resuelta y firme que resulte ser un obstáculo insalvable frente al atropello de un oficialismo que sabe manejar muy bien la discordia del que está enfrente.

Ciertamente la belleza no resulta de la suma de partes individualmente bellas, sino de un todo del que resulte un espíritu vivo. Que cada político que sienta esa vocación de entrega lo haga pesando en un pueblo agotado de sufrimiento y desencantado de quienes gobiernan. El hartazgo de la corrupción, ya sea en coimas o en vacunados privilegiados, lo que fuera, no hace sino empobrecer la vitalidad de un pueblo que demanda lo básico: vivir protegidos por un estado sano y ordenado que dé leyes para una convivencia en paz y con esperanza. La tarea de la oposición es unirse formando un todo orgánico creando la unidad necesaria, y ofrecer garantías a los ciudadanos de a pie que ponen en ellos su esperanza.

Si cada político opositor privilegia sus intereses particulares sobre el común, no hace sino seccionar la unidad imprescindible para la armonía del conjunto; condición necesaria para el beneficio colectivo. No puede irle bien al individuo si al conjunto no le va bien. No puede ser bella la parte en detrimento del cuerpo entero.

 

(*) Licenciado en Teología (UCA) - Licenciado en Letras (UBA)

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