Saltar menú de navegación Teclas de acceso rápido
{{dayName}} {{day}} de {{monthName}} de {{year}} - {{hour}}:{{minute}} hs.
Dólar (BNA): $848,50 / $888,50
Dólar Blue: $1.005,00 / $1.025,00
Dólar CCL: $ / $
Dólar MEP: $1.022,27 / $1.024,74
Peso Chileno: $89,93 / $90,12
Opinión

Columna destacada: Alejandro, El Grande

El intelectual senegalés Léopold Sédar Senghor (1906-2001) señaló en una oportunidad –lo registré en la memoria sin retener la fuente- que el hombre podrá vivir sin tecnología pero nunca sin poesía. Es algo así como la orquesta tocando en el Titanic a punto de desaparecer en las aguas atlánticas. Poco importa su rigor histórico, es verosímil. Esto nos pone frente al desafío de pensar lo gratuito en las circunstancias extremas, en la medida que se prolongan en el tiempo. De lo contrario la vida se paralizaría. Hay una exigencia de gratuidad que se impone aún en el peligro de muerte. El sentido de la fiesta se inscribe en esta dinámica: es el tiempo de la interrupción de lo cotidiano, de lo vulgar, del gasto, del “no del ahorro”. Como las vacaciones que no son la suspensión de la vida, es la introducción de lo gratuito en lo corriente. Detenerse y tomar distancia, pensar. Nunca es bueno decidir bajo el gobierno de la Erinias (las furias griegas).

La historia nos cuenta que Alejandro Magno puso fin a su campaña de expansión político-militar frente al Ganges por reclamo de sus oficiales para detener una larga y extenuante campaña que los había alejado de sus hijos y mujeres desde varios años. ”Te hemos seguido, te hemos sido fieles, hemos perdido un tercio de los hombres, es tiempo de volver”, le dijo su general.  Alejandro no contestó nada; se encerró en su carpa un día entero sin salir ni comer, solo. Al cabo del día dio la orden de regresar poniendo fin a la campaña de expansión hacia oriente. Quienes hayan leído algo sobre su vida sabrán que su personalidad fue avasallante. Murió a los 32 años habiendo creado un imperio, fundado setenta ciudades de las cuales muchas llevan su nombre.  Era respetado, admirado y temido por sus hombres, pero escuchó el parecer de su gente. Atendió su cansancio y puso límites a su ambición.

A la inversa, nos cuenta “La Ilíada” que ofendido con Agamenón, Aquiles no entró en la guerra hasta la muerte de Patroclo, su amigo-hermano. Resentido porque el rey de Micenas le había sacado a su concubina Briseida en compensación por haber tenido que entregar a Criseida. Aquiles masculló durante todo ese tiempo su resentimiento a pesar de los reclamos para que ingresara en la guerra que los tenía a maltraer. Solo cuando Héctor mató a Patroclo,  Aquiles entra con deseo de venganza y reparación por la muerte de su amigo. Ni su amigo hubiera muerto, ni la guerra se hubiera prolongado tanto si hubiera participado antes en ella. Lo ganó el resentimiento, el exceso, la “hubrys”. Lo ganó el mal.

Algo similar es el sentimiento de Ahab, el capitán del Pequod, barco conducido por un obstinado y ciego hombre en la búsqueda de la ballena que le había producido una herida grave, la pérdida de la pierna. La historia de “Moby Dick” es la historia de un gran resentimiento enceguecedor. En ambos casos es la obnubilación que impide actuar de modo adecuado.

Poco importa que los casos mencionados provengan de la ficción o de la realidad; finalmente la escritura hace ficcional aún lo real; lo que importa es la descripción de conductas humanas que perviven en el tiempo como comportamientos sociales. Es el hombre en su  naturaleza el que asume conductas que provocan  actitudes perjudiciales al conjunto social.

Tanto Aquiles como Ahab no actuaban movidos por lo mejor sino por la venganza. No querían ver el todo; el mundo acababa en su mundo. La parte, la suya, era el todo. La ideología tiene fundamentación racional en hacer de la perspectiva, la totalidad. Y tiene como fundamentación pasional el resentimiento y la obstinación incapacitante para ponerse en el lugar del otro.

Cuando observamos comportamientos de dirigentes argentinos, no solo políticos, también sindicalistas, actores, gente de la cultura y ver la repetición de errores cometidos muchas veces, ver el desinterés de lo general por la victoria de lo parcial, creer que se gana cuando obtienen algo que no es, a ojos vista no es, lo mejor del todo, no puedo dejar de pensar cuánto de reflexión, cuánto de poesía, cuánto de gratuidad nos falta. El problema central de la ideología es que no hay espacio para otra mirada, no hay espacio para la reflexión complementaria porque no existe la otra mirada; existe una única perspectiva y es la propia. Va de ejemplo lo que vemos estos días en el bloqueo a Walmart. El gremio de camioneros pretende el despido y la reinserción automática de la misma gente. Esa es la mirada de la parte. La mirada del todo sería el perjuicio que produce en la economía general por el desaliento a cualquier inversión posible. No promueve la inversión una conducta semejante.  Los camioneros ganarán posiblemente una indemnización injusta pero  el perjuicio al todo es una pérdida mayor. Quien vive aquí porque nació o sencillamente se desarrolló aquí lo tiene incorporado pero quien lo ve desde otro lugar, desde fuera del país, no puede sino extrañarse de un reclamo semejante: obligar a despedir, pagarle la indemnización y volver a tomarlo.

Nuestro derrotero de los últimos años es un andar cansino, desalentado, desorientado. Nos falta la serenidad y la interacción incluyente que nos capacite y habilite al diálogo, a pensar un destino. El enfrentamiento, el resentimiento, la venganza y la prepotencia sobre las instituciones no son la mejor medicina para curar un país enfermo de enfrentamiento y partido  como por un tajo. Los ejemplos de Aquiles y Ahab son ficcionales pero testimonios del dolor y la muerte que produce la bronca rumiada por un corazón herido. Alejandro, el grande, debe haber recibido como un desafío el reclamo de su general pero paró, pensó, elaboró una síntesis y decidió. No se empecinó en el capricho de su visión; escuchó las razones y resolvió.

La advertencia de Senghor es algo así como no poder vivir sin espiritualidad, que llama poesía. La espiritualidad (no necesariamente religiosa) refina el alma de los seres humanos, los hace más comprensivos y los prepara para entender al prójimo y mirar al mundo con otros ojos. El ejemplo siempre debe comenzar por los que tienen las más importantes responsabilidades. Ceder no es perder necesariamente. Muchas veces es enriquecer la propia comprensión del mundo particular que nos toca vivir. Es incorporar la otra manera de explicarse el mundo. Pero para eso hay que ser grande, hay que ser magno, como Alejandro el macedonio.

 

 

(*) Licenciado en Teología (UCA) - Licenciado en Letras (UBA)

 

Alejandro el grande Alejandro Magno Aquiles Columna destacada la ideología La Ilíada limites literatura universal Mundo

Comentarios

Te puede interesar

Teclas de acceso