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Opinión

Columna destacada: De ser enemigo a ser un tú

Cuando era un chico y escuchaba a mi padre conversar con alguna persona sobre los problemas que había en el país, lo primero que pensaba era: qué suerte que soy chico, cuando sea grande estarán todos resueltos. Sin embargo aquí estamos envueltos en una maraña de dificultades que nos encierra como una red, similar a lo de Ares y Afrodita. Ciertamente el mundo está viviendo una involución con final incierto. Después del 45 parecía que las duras lecciones de  la destrucción entre los hombres había sido una enseñanza  definitiva. Sobre todo en Europa, Japón, pero con alcances universales. Después de la congruencia europea en la comunidad de naciones, asistimos e un rebrote nacionalista que desconcierta. Muchos países se cierran contra la inmigración proveniente de ex-colonias a las que explotaron durante años, décadas, siglos. Hay un resurgimiento de líderes con rasgos populistas (recomiendo la lectura de P. Rosanvallon, “El siglo del populismo”) que debilitan, o directamente anulan, las instituciones que son la estructura de la organización social y política. Resguardo de la sociedad y protección de los ciudadanos.

Carl Schmitt fue un intelectual alemán del siglo XX (ligado al nacionalsocialismo) que propugnó la construcción de la teoría del mito (un colectivo al que adhiriera la sociedad) que fuera aceptada por el pueblo y desde allí definir un enemigo. Se crea una tensión amigo-enemigo. Por otro lado, y en la misma época, vivió el  rabino austríaco-israelí Martin Buber que propuso en una obra pequeña “Yo-Tú” la implicancia del otro en la definición de uno. La imposibilidad de que exista un yo sin un tú. En las antípodas de la propuesta de Schmitt. Mientras uno define al otro como un enemigo, Buber lo define como el imprescindible para la auto comprensión. Cuánto de esto vivimos en el mundo y en nuestro país. Una tensión que lucha entre la búsqueda de consenso y la confrontación que atenta contra el desarrollo, el progreso y el entendimiento necesario para la convivencia. Como si la democracia consagrara a un rey absoluto durante algunos años que puede disponer de la propiedad, la salud, y la vida de los ciudadanos. Porque no solamente se atenta contra la vida de manera frontal como sucedió en los setenta; también lo hacemos cuando –como sociedad organizada- no posibilitamos el desarrollo de cada uno. Es necesario  el trabajo de la construcción de puentes, de diálogo, de encuentros entre los seres humanos en general y en particular entre los miembros de la misma comunidad. Tal vez ingenuamente, pero esperanzadoramente, abrigo la expectativa de que un dirigente deponga cualquier posición confrontativa y trabaje por los consensos. A modo de ejemplo, creo que un ciudadano en un país democrático como el nuestro cuando llega a presidente, deja de pertenecer a un partido y se convierte en un híbrido que, habiendo  llegado por un partido,  posterga esa pertenencia en función de un rol más abarcador. Volviendo al concepto desarrollado por Buber, el Yo-Tú, la palabra partido, como partir, parir, parte, etc., provienen de una antigua voz de origen indoeuropeo que es “par”. Par es lo similar, lo que posee la misma dignidad, valor, condición. Decimos de dos personas unidas por un vínculo afectivo que  es “la pareja”. Por lo que par refiere necesariamente a otro para explicarse y para ser completo. Par es dos de la misma especie. Esto está reflejado en la matemática. Solo podemos contar lo que es de la misma especie, de lo contrario debemos unificar por un genérico que los incluya a todos. No podemos contar jirafas con  elefantes, necesitamos contarlos por separado o asimilarlos como animales. Los autoritarismos, la construcción del enemigo, necesitan del otro pero para la confrontación, para la lucha que los define en su identidad. Se es por contraste y no por complementaridad. Para eso es necesario grandeza y humildad. El otro es mi par, el otro es como yo; el otro necesita, ofrece, se duele, el otro es mi Yo convertido en Tú.

En la parábola del hijo prodigo (Lc. 15, 11-32) se expresa la ternura del padre con los dos hijos; uno que vuelve y el otro que reclama. El padre es comprensivo de modos diferentes; a uno lo recibe sin reproches, al otro le explica el porqué de su acción. Hay alegría y se celebra. Pero hay un texto en la “Ilíada” de Homero que lleva los límites de la búsqueda de acuerdo, la construcción de puentes, hasta límites impensados por lo riesgoso, lo humillante. Aquiles había matado a Héctor y Príamo, su padre, va al campamento de los griegos (el de Aquiles) para rescatar el cadáver de su hijo. Allí se produce un largo diálogo que termina en el llanto de ambos lamentando las muertes de Patroclo y de Héctor; cada uno llora su dolor. En un pasaje (XXIV, 506) le dice Príamo “Yo soy aún más digno de piedad (que el padre de Aquiles) y he osado hacer lo que ningún terrestre mortal hasta ahora: acercar a mi boca la mano asesina de mi hijo”. El largo pasaje es digno de ser leído y pensado. Y debería ser una lección para cada uno de nosotros en nuestros vínculos importantes porque siempre estarán a tiro de ser salpicados por la incomprensión y el desencuentro.

Qué leo en la actitud de Príamo. La primera idea que pienso es que se trata de alguien enorme, de un gigante de la dignidad. De alguien tan grande que ninguna acción humana podrá menoscabar su estatura moral. Que la riqueza más importante que tiene es la búsqueda de la concordia de los valores de su mundo que devuelvan el orden a sus vidas. Que la súplica por el cadáver de Héctor justifica esa actitud. Príamo era el rey vencido quien había perdido varios de sus hijos en la guerra entre griegos y troyanos, pero el mundo necesitaba un orden, necesitaba que las cosas volvieran a su cauce. Que se restituyeran los valores que normaban la vida de su pueblo. No era la firma del armisticio y el reconocimiento de la derrota, era besar la mano del que había matado a su hijo. Tarea que le correspondía por ser el padre de la víctima y por ser el rey.

Ciertamente son otros los tiempos  que corren pero la dignidad manifestada por el mítico Príamo habla de los valores que existían en el imaginario del pueblo al que recitaban el poema homérico. Es lo que justifica seguir leyendo a los griegos y a los clásicos: pueden seguir enseñándonos a vivir. Lo que procuró Príamo fueron  puentes, acuerdos con Aquiles. No sabía cómo terminaría su negociación, pero sabía que era su deber hacerlo. Y pudo hacerlo por su dignidad. Postergó la condición de enemigo de Aquiles y lo convirtió en un Tú que por ser par, justificaba exponerse y ser comprendido en su dolor. Aquiles era otro grande que estuvo a la altura.

Mientras el otro sea un enemigo y no un Tú, no habrá posibilidad de encuentro entre los argentinos. Cuanto más importante es la función social, más obligado está quien la ejerce  a postergar rigideces y buscar acuerdos. Claro que se necesita ser grande para eso.

 

(*) Licenciado en Teología (UCA) - Licenciado en Letras (UBA)

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