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Política

Cristina Kirchner alardea de poder ante un gobierno que se hunde en el desánimo

El mensaje corrió de uno en uno entre ministros y secretarios en la tarde del miércoles. “¿La estás viendo?” La calma del feriado se esfumó apenas Cristina Kirchner empezó a hablar en Las Flores con el tono sarcástico de las viejas épocas. En el Gobierno no estaban siquiera en guardia. Ella apenas había emitido un tuit horas antes para confirmar que iría a conmemorar el Día de la Memoria, mientras se armaba en sigilo una comitiva de sus favoritos.

El discurso y la escena que montó la vicepresidenta acentuaron la incomodidad en un gabinete donde impera el desánimo y el estrés. Con dos frases bombardeó las negociaciones que Martín Guzmán encaraba en ese momento con el Fondo Monetario Internacional (FMI) en Washington y ridiculizó las promesas de pago que le hacía por Zoom Alberto Fernández al presidente del Banco Mundial, David Malpass. En la primera fila la aplaudía con obediencia militar y una sonrisa que se dibujaba bajo el barbijo el ministro de Seguridad bonaerense, Sergio Berni, en estas horas el personaje más irritativo para los habitantes de la Casa Rosada.

“Estamos entregados a la agenda de Cristina y Alberto parece rendido, no sale de ahí”, se lamentaba el jueves un ministro que no comulga con el kirchnerismo duro. El Presidente desoye las sugerencias que a diario le hacen funcionarios de su confianza, gobernadores e intendentes para que recupere protagonismo y se despegue de los intereses de su mentora.

Las respuestas que vuelven son desconcertantes. De negación, según coinciden tres dirigentes que hablaron con él en los últimos tiempos. La aversión a la centralidad lo encajona en el papel de proveedor de los equilibrios básicos que permiten sostener en el tiempo la unidad formal del Frente de Todos.

Ese ejercicio funciona con Cristina apagada. Pero a medida que ella despliega su alarde de poder deja heridos a los hombres y mujeres que Fernández eligió para sacar adelante la administración. “Se trabaja con miedo -resume otro funcionario de primera línea-. Alberto no contiene a su gente. Hay un bajón anímico importante”.

La decapitación de Marcela Losardo, la socia del Presidente, fue una señal impiadosa a los ojos de los ministros más leales a Fernández. La angustia se incrementó con la falta de una palabra oficial de apoyo a Sabina Frederic después del destrato público a la que la sometió Berni por el caso de la chiquita que estuvo tres días desaparecida la semana pasada. “El gesto de apoyo de Cristina a Berni en Las Flores fue una provocación casi peor que lo que dijo sobre la deuda y el FMI”, se lamentó un albertista.

A Fernández le llegó el reclamo. Su respaldo a Frederic consistió en encargarle que se reuniera con intendentes del conurbano para ofrecerles ayuda en Seguridad sin pasar por Berni ni el gobernador Axel Kicillof. Está por verse cuánta cuerda tienen esas gestiones en el territorio que Cristina considera su bastión personal.

Sin brújula

La vicepresidenta muestra que tiene la voz de mando, pero no gobierna. Y ahí radica uno de los grandes dramas del tiempo actual: la gestión entra a menudo en un pantano de cabildeos, intrigas y actitudes recelosas. “No hay quien ordene”, es una autocrítica cada vez más habitual en los despachos oficiales.

Esta semana se vio un ejemplo sintomático con las nuevas restricciones para el ingreso al país de argentinos que viajaron al exterior para contener los contagios de coronavirus. Durante casi 10 días el Gobierno anticipó que iba a cancelar los vuelos a varios países, sobre todo a Brasil, donde circula la peligrosa cepa de Manaos. El decreto se postergaba día tras día, en medio de versiones contrapuestas y reuniones interminables en las que participaban el ministro del Interior, Wado de Pedro, su par de Salud, Carla Vizzotti, la Cancillería de Felipe Solá, la secretaria de Legal y Técnico, Vilma Ibarra, entre otros.

No se ponían de acuerdo en detalles, mientras a través de los medios contraponían declaraciones oficiales con desmentidas off the record por parte de la Casa Rosada. Desde que se decidió limitar los vuelos hasta que finalmente se publicó la nueva regulación entraron por Ezeiza más de 4000 argentinos provenientes de Brasil sin hacerse testeos al llegar ni someterse a una cuarentena controlada.

Es un antecedente alarmante para la etapa que viene. La segunda ola de la pandemia ya está aquí. El Gobierno sigue enredado en el fiasco de las vacunas. Vizzotti se desespera en busca de más dosis, unas gestiones dramáticas apenas disimuladas por los actos en la pista de Ezeiza para sostener la épica triste de los fletes más caros del mundo que llegan con cajas de Sputnik V.

Las negociaciones con los laboratorios estuvieron cruzadas por enredos internos, negocios y jugadas diplomáticas extraoficiales desde el principio. El contraste con países vecinos como Chile o Uruguay –con mayor y más variada provisión- desnuda las falencias de una política en la que faltó estrategia y sobraron gestores.

Las discusiones se posan ahora sobre qué grado de limitación a la vida cotidiana se impondrá ante un alza fuerte de los contagios, que parece inevitable. A toda costa Fernández quiere evitar el cierre de la economía. Vizzotti habló de restricciones “por franjas horarias” y salieron a desmentirla desde el corazón del Gobierno. Es pronto para hablar de toques de queda o cuarentenas. Pero nadie puede descartarlo por completo. Es día a día. 

El plan económico

El avance de la pandemia y el ritmo de la vacunación complican el plan económico del Gobierno, cuyo norte es llegar en cierta calma a las elecciones de octubre. El viento de cola que provee la cosecha récord (con la soja arriba de 500 dólares) y la inyección de dinero que el FMI dispuso para sus socios (que facilita el pago de vencimientos de este año) puede ser insuficiente si la pandemia vuelve a impactar en la actividad.

No puede ignorarse ese factor al interpretar el discurso de Cristina en Las Flores, en el que advirtió que la Argentina “no tiene plata” para pagarle al FMI en las condiciones que establecen los estatutos del organismo. Ella no quiere ningún compromiso antes de las elecciones. Bajó la directiva de limitar al mínimo los aumentos de tarifas, ve con buenos ojos que se pise el tipo de cambio y bendijo la reducción de Ganancias que vota el Congreso. Pone mucho en juego. En lo político y en lo personal.

A Guzmán la intervención de la vicepresidente lo tomó por sorpresa. “No avisó”, jura una fuente del entorno del ministro de Economía. La idea de un acuerdo “policía bueno-policía malo” es una fantasía de quienes quisieran ver un orden maquiavélico detrás de las internas de poder. Lo peor, insisten las fuentes, es que Guzmán tiene diálogo con Cristina y se toma el tiempo de anticiparle todas sus gestiones.

“Mi programa es el presupuesto”, fue la muletilla del ministro de los últimos meses. Pero esa ley se llena de agujeros. Por ejemplo, nadie le dijo cómo va a tapar los 41.000 millones de pesos de recaudación que perderá por el alivio en Ganancias. La meta inflacionaria del 29% agoniza. Un interlocutor habitual del ministro dice que resistirá mientras vea que puede seguir la negociación con el FMI en los términos que acordó con Fernández. No va a inmolarse en el pedido de un plan a 20 años, como exige Cristina.

Rescatar al soldado Alberto

En el peronismo observan con creciente alarma el sometimiento de Fernández a la presión de Cristina. No se explican algunas jugadas que parecen destinadas a buscar aplausos fáciles a precios altísimos. Por ejemplo, la decisión de la Cancillería de anunciar la salida del Grupo de Lima. “Es inocuo porque nunca votamos sus resoluciones”, se justificó Solá. ¿Qué necesidad había entonces de originar un hecho político de impacto internacional, que obligó al embajador Jorge Argüello a dar explicaciones ante el Departamento de Estado norteamericano?

De paso, el Presidente volvió a quedar teñido de cristinismo, ahora en la vergonzante defensa de Nicolás Maduro.

Gobernadores, intendentes y funcionarios nacionales conversan a diario sobre esa subordinación de Fernández, que encuentran inexplicable, al ser una lesión al activo principal que lo llevó al Gobierno: la capacidad de ofrecerse como un hombre de consenso con un mensaje que perfore el techo ideológico del kirchnerismo.

A Fernández le piden cada vez más seguido que salga del “encierro”. Le preparan en estos días un cronograma de viajes por el país. Una vez por semana al interior, dos al conurbano. Con la idea de recomponer su imagen –muy dañada en las encuestas- a partir del contacto con la gente. Quienes promueven el plan sostienen que tiene que apoyarse en los gobernadores e intendentes, no ya para construir el albertismo (nadie lo espera) sino para recuperar centralidad y hacerse dueño de la campaña electoral ahora que es el presidente del PJ. “Tiene que volver a ser el de 2019 y el del inicio de la pandemia. Somos muchos los que lo queremos ayudar”, dice un intendente de la primera sección electoral de Buenos Aires.

No esperan un acto de rebeldía sino una módica tregua del fuego amigo. Cristina ya demostró en el pasado que sabe cuándo callar y dejar fluir las amables promesas de los moderados.

Martín Rodríguez Yebra

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