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Opinión

Buenos Aires opulenta

Para evitar superposiciones, el constituyente ha asignado determinadas facultades al Gobierno Nacional, y el resto se las han reservado las catorce provincias que entre 1853 y 1860 organizaron políticamente al país a través de una Constitución. Luego llegaron las restantes unidades federativas que fueron asumiendo esas potestades no delegadas al Gobierno Central.

Pero ese federalismo no es real, porque no puede ser verdaderamente federal un país que sufre una pésima distribución poblacional, lo cual se advierte con datos concretos: la provincia de Buenos Aires concentra al 40% de la población total del país con 15.625.084 habitantes según el último censo del año 2010. Luego Córdoba, Santa Fé y la ciudad de Buenos Aires rondan los tres millones de habitantes cada una. Mendoza, Tucumán, Entre Ríos, Salta, Misiones y Chaco oscilan entre el millón y millón setecientos mil habitantes, para luego observar cómo hay catorce provincias que no logran alcanzar el millón, siendo Tierra del Fuego la más despoblada, con apenas 127.000 habitantes.

La ciudad de Buenos Aires tiene una densidad poblacional de aproximadamente quince mil personas por kilómetro cuadrado, mientras que en la Patagonia hay medio habitante por kilómetro cuadrado.

La “opulencia” de la Capital Federal, parafraseando a nuestro presidente, Alberto Fernández, no solo es producto de un frondosa población y de ser la sede de las autoridades nacionales, sino además del rol histórico que le cupo en el desarrollo de nuestro país. Por algo Juan Bautista Alberdi consideraba que la esencial misión de los primeros gobernantes debía ser poblar al país, porque decía que sin gente no hay desarrollo económico. Han transcurrido ciento setenta años de su incesante prédica, y hoy no solo no existen políticas de crecimiento poblacional, sino que además tampoco existen políticas destinadas a lograr una mejor distribución de la gente, lo cual es exclusiva responsabilidad de las autoridades nacionales.

En lugar de quejarse del desigual desarrollo existente entre la “opulenta” ciudad de Buenos Aires, como si fuera un espectador que nada puede hacer para evitarlo, debería ponerse a trabajar para ver de qué manera se puede lograr poblar el interior, para que detrás del crecimiento humano vayan los capitales necesarios que coadyuven a lograr el tan necesario crecimiento de las provincias.

No debería dolerle que la ciudad capital sea próspera, sino que el interior sea pobre, y para ello debería entender que las políticas de distribución territorial deben iniciarse de una buena vez, para que dentro de medio siglo nuestros nietos puedan advertir como resultado un desarrollo más parejo.

En este sentido los legisladores deberían advertir también, que la Constitución Nacional les ha encomendado sancionar leyes que propendan a un equitativo desarrollo de las provincias, estableciendo que el Senado debe ser cámara de origen en el tratamiento de esos proyectos.

Lo único que falta es que la bella y orgullosa Buenos Aires tenga la culpa de las desagradables desigualdades que existen con el interior del país. Pero esa percepción presidencial seguramente no impediría que Carlos Guido y Spano volviera hoy a escribir en su recordada Trova, aquel verso tan paradigmático, en el cual gritaba "que me importan los desaires con que me trate la suerte; argentino hasta la muerte; he nacido en Buenos Aires".

Félix V. Lonigro

Prof. Dcho. Constitucional UBA

Alberto Fernández Buenos Aires Juan Bautista Alberdi opulencia poblar el país

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