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Opinión

Desconfianza, contradicciones y un peronismo acorralado

“Quién miente pocas veces, no se da cuenta de la pesada carga que se echa encima, porque para mantener su mentira, ha de inventar otras veinte” - Jonathan Swift

La confianza no es un bien de consumo, ni puede adquirirse en un supermercado, por lo que cuando negamos voluntariamente la verdad a los que tienen el derecho de conocerla, contribuimos a dañarla seriamente.

Algo de esto sucede hoy en una sociedad que comienza a comprobar que todo se está poniendo “patas para arriba”, mientras los principales dirigentes del gobierno se contradicen respecto de los instrumentos necesarios para combatir la actual pandemia, usando razonamientos que pretenden ocultar que andan a tientas, y aún más: que no han tomado precauciones adecuadas para mitigar sus efectos sanitarios y económicos con inteligencia.

Surge así una pregunta crucial: ¿estamos en manos de charlatanes o de embusteros? Para responderla, es necesario distinguir bien a ambos, recordando que el embustero conoce la verdad, pero la oculta y la desfigura para obtener algún tipo de ventaja.

¿Qué representa pues el gobierno de “los Fernández”? ¿Una combinación de ambas cosas? ¿Cómo podemos descifrar este enigma?

Difícil saberlo con precisión.

Pero más allá de las conclusiones a las que lleguemos, lo que aparece claro es que comienzan a perder el crédito otorgado hasta por aquellos que siguen creyendo en el mito del peronismo, al que le atribuyen una superioridad cuasi metafísica para mejorar la vida de la sociedad mediante alquimias innovadoras, que quedan sumergidas invariablemente en meras ilusiones de “patas cortas”.

Como lo suponía la reciente promesa -por dar un ejemplo al azar-, de “vaciar” de Lelicqs el mercado financiero para aumentar un 20% a los jubilados con su monto, sin que finalmente ocurriera ni lo uno ni lo otro.

Bueno, esas profecías se acabaron. En realidad, corrijamos: se habían acabado mucho antes de ahora. Lo que sucede es que nadie se propuso confrontarlas con la verdad histórica, que da cuenta de un populismo retrógrado que está “haciendo agua” desde hace muchos años.

Según se mire, veinte o treinta; o quizá más.

Los peronistas siempre han tratado de imponer apotegmas que, supuestamente, formaban parte de un nuevo orden político y económico virtuoso que apuntaba a un paradigma excluyente: la igualdad. La misma que, irónicamente, terminó hundiendo “pasta humana” en las villas del conurbano bonaerense cual remedo de un nuevo CEAMSE, con poco espacio para contenerla apropiadamente.

Propiciaron así el crecimiento de minorías sojuzgadas, desplazadas y enfrentadas entre sí por cuestiones de supervivencia, que no han logrado dar marcha atrás a su marginación hasta el día de hoy.

Quizá porque el objetivo proselitista del peronismo radicó siempre en mantener fieles adictos cerca de la Casa Rosada, a los que se montaba –y se sigue montando-, sobre colectivos fletados “ad hoc”, para vivar al líder de turno en la Plaza de Mayo. Una plaza histórica que si hablase por sí misma diría con seguridad: “no me torturen más; no destruyan mis canteros y mis bancos, ni pisoteen más mis flores: déjenme que pueda seguir siendo el símbolo radiante de la república”.

Son dichos desamparados quienes hoy sufren el azote de la pandemia en grado sumo.

Nos preguntamos entonces con curiosidad, no exenta de fastidio, ¿quiénes pueden seguir soñando aún hoy con las falsas utopías “justicialistas”?

Porque sería bueno recordarles una reflexión de William James a la que ya hemos aludido antes de ahora: “una regla de pensamiento que impidiese radicalmente reconocer cierto orden de verdades, si estas verdades se encontrasen realmente presentes, sería una regla irracional”.

En nuestro caso, una irracionalidad casi esquizofrénica que ha dejado presa a la sociedad de una suerte de “crescendo involutivo” de una magnitud que asusta y duele mucho.

Hasta nuestros vecinos, tan subdesarrollados como nosotros, a quienes aún hoy miramos por encima del hombro con aire de superioridad, no dejan de asombrarse ante nuestros fracasos, viéndonos conjugar una amalgama casi perfecta de magia y agonía, que nos ha impedido comprender a tiempo que cuando se pretende marcar la diferencia entre lo posible y lo imposible por medio de una mera decisión personal, la fe puede ser muy útil, pero no transformará en posible lo que resulta intrínsecamente imposible.

La historia enseña además que en la vida no hay “zapping”, y por lo tanto no se pueden revocar las decisiones que nos han empujado a la desapacible intemperie en la que nos hallamos, muy próximos a una verdadera implosión.

¿Qué harán cuando esto suceda “los Fernández”? ¿Nos seguirán convocando a “quedarnos en casa” mientras intentan hacerse cargo de palear los escombros que han diseminado por doquier?

Mientras tanto, la casta peronista, constituida por una patota de “intérpretes” del mundo, sigue juzgando de mal talante lo que sucede en una realidad que intentan dominar con bastante torpeza, insistiendo en un dogma fundamental de sus banderas “igualitarias”: que el capitalismo produce “horrores” y que lo que estamos viviendo es una consecuencia de ello.

Este discurso se mantiene, pese a que los acontecimientos han demostrado palmariamente lo contrario.

¿Tendremos la dicha que, como secuela de esta crisis epidemiológica, quede definitivamente acorralada la “soberanía” de falsedades que nos viene prodigando abusivamente el movimiento variopinto fundado por el “león herbívoro”, QEPD?

Quizá sea posible, porque para superar las enfermedades que diseminan ciertos idealismos falsos (que constituyen una epidemia tan infecciosa como el Covid-19), hay que padecerlos previamente; y en nuestro caso, hemos cumplido con creces la prueba necesaria al respecto.

A buen entendedor, pocas palabras.

carlosberro24@gmail.com

Argentina mentir políticos

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